Hace pocos días, los Diarios del Grupo Joly informaron
que en menos de una semana se habían ya recogido setenta mil firmas en apoyo
del llamamiento de la Plataforma “Mezquita-Catedral de Córdoba: Patrimonio de
tod@s”. Posteriormente, las adhesiones han continuado, tanto de personas
destacadas andaluzas, españolas y de otros países como de diversas
organizaciones y entidades. No es que la Mezquita cordobesa –uno de los tres
monumentos, junto a la Alhambra granadina y la Giralda sevillana, por los que
Andalucía es más conocida en el mundo- corra peligro de grave deterioro
material pero sí porque se cierne sobre ella la amenaza de que pierda los
valores que fueron la base de su declaración por la UNESCO como Patrimonio de
la Humanidad, hace ahora tres décadas.
Como se expone en el llamamiento, existen “continuados
intentos de apropiación jurídica, económica y simbólica” que constituyen una
directa amenaza a esos valores y que pueden llevar a que sea declarada como
Patrimonio en peligro. No se está construyendo ninguna Torre Cajasol (aquí
hubiera sido Torre Cajasur) en su entorno, pero la acción de una jerarquía
católica de corte marcadamente integrista y preconciliar –hoy claramente en
contraste con los nuevos aires que el papa Francisco está impulsando desde el
Vaticano- se ha convertido en un verdadero peligro para la Mezquita. A través
de sucesivos obispos que parecen nostálgicos de la Contrarreforma, y de un
prepotente Cabildo que ha controlado durante muchos años, y luego arruinado, la
segunda caja de ahorros más importante de Andalucía, se está desarrollando un
proceso que afirma que la Mezquita no existe, ni tampoco la Mezquita-Catedral,
sino sólo una Santa Iglesia Catedral que sufriría, “por coyuntura histórica”,
una “intervención islámica”. Les aseguro que no es broma: esta frase puede
leerse en alguno de los folletos oficiales más recientes y escucharse en boca
del anterior obispo (hoy en Sevilla).
Todos conocemos el singular monumento cordobés, sin duda
una de las maravillas del mundo. No por la catedral construida en el siglo XVI,
incrustada en lo que fueron las naves centrales de la Mezquita, sino por lo que
queda, afortunadamente muchísimo, de esta. No olvidaré nunca la expresión de
asombro de mi hija menor, cuando con cinco años entró por primera vez en el
recinto… Conviene no olvidar que el Concejo de la ciudad (lo que hoy
llamaríamos Ayuntamiento) se opuso
frontalmente a la construcción del templo gótico, incluso prohibiendo, bajo
pena de muerte, que ningún vecino participara en el proyecto. Los clérigos
acudieron al emperador Carlos y este dio su aprobación, aunque más tarde
pronunciara la famosa frase: “Si yo
supiera lo que hacíades no lo hiciérades, que lo que estais haciendo lo hay en
cualquier parte y lo que teníades no lo hay en ninguna”.
Para cualquiera, es evidente que existe una Catedral
dentro de la Mezquita. Y que la Mezquita –que sigue ocupando la mayor parte del
edificio- no es la Catedral. Esto lo saben hasta los guardias de seguridad, que
de forma poco amable obligan a los visitantes a encaminarse a la catedral sin
detenerse en la mezquita cuando se realiza algún culto católico. Sin embargo,
el obispo y los canónigos parecen no ver lo obvio y la Junta de Andalucía renuncia
a cumplir sus responsabilidades y no quiere saber nada de cuanto pueda traerle
algún problema con la Iglesia.
El proceso de apropiación, ya no simbólica sino jurídica,
tuvo en 2006 un hito importante, cuando el obispado procedió a “inmatricular” (a inscribir por vez primera) en el Registro,
como propiedad urbana propia, la “Santa Iglesia Catedral de Córdoba”, dando
este nombre a todo el recinto de la Mezquita, incluido el Patio de los
Naranjos, aunque sin hacer referencia a ellos. Una” inmatriculación” que, en el
análisis de expertos jurídicos, es nula de pleno derecho por basarse en normas
vigentes pero inconstitucionales. El Cabildo Catedral, de poseedor y
administrador del Bien Cultural, pasará a convertirse en propietario único del
mismo si los ciudadanos no presionamos a las administraciones públicas para que
intervengan. Y el monumento perdería su potencialidad como símbolo de
interculturalidad y lugar de diálogo entre religiones y culturas para
convertirse en un ejemplo de intolerancia y fundamentalismo. Aunque casi todo
se esté privatizando, hay que impedir la privatización de la Mezquita-Catedral y el esperpento del
cambio de nombre que podría llevar a su eliminación como Patrimonio Universal:
porque en 1984 fue declarado tal “La Mezquita de Córdoba”, que es única, y no
una catedral más de las que hay decenas en el mundo.
Isidoro Moreno, Catedrático de Antropología Social de la US. Miembro de Asamblea de Andalucía.
Fuente original: Diarios del Grupo Joly, 25/Febrero/2014