El andalucismo político como subproducto

Un subproducto, en la teoría de la decisión, es un estado  o consecuencia resultante que no estaba prevista en la intencionalidad original de la acción o decisión. He hablado mucho sobre este tipo de efectos, me fascinan y creo que explica muchas cosas que son aparentemente inexplicables. Representa un modelo explicativo más complejo de la acción colectiva  que aquel modelo determinista rígido que establece una causalidad  directa y univoca entre la intencionalidad, el acto y sus consecuencias.

Pues bien, quiero aquí mantener que el andalucismo político ha sido históricamente un subproducto de la búsqueda y la lucha por la igualdad y la democracia en Andalucía, más que la emergencia  política de una conciencia cultural identitaria previa. Posiblemente esto, y no otra cosa, sea lo que se ha venido  llamando  el carácter universalista del andalucismo. Cada vez que los andaluces y las andaluzas han librado batallas esenciales  por la democracia se han acabando encontrando con la cuestión andalucista. Esto ocurrió a lo largo de todo el siglo XIX,  y XX, y  pienso que va a seguir ocurriendo en nuestros días. El andalucismo político ha sido socialmente exitoso sólo cuando ha sobrevenido como subproducto de las luchas igualitaristas. Republicanismo, anarquismo, socialismo, comunismo o ecologismo han terminado encontrando el andalucismo a partir de la búsqueda de otros objetivos políticos  que siempre giran en el entorno de la igualdad y la libertad.
Por el contrario, cuando el andalucismo se ha postulado como un objetivo autosuficiente ha fracasado socialmente. Y ha fracasado porque entonces se ha mostrado como nacionalismo moderno, un recurso para defender el egoísmo colectivo; para la defensa de intereses particulares los andaluces y las andaluzas tienen otros recursos más poderosos y mejor posicionados: el nacionalismo español, que tiene marina de guerra. Por ello cuando en Andalucía brota el racismo y la xenofobia la bandera que ondea es la roja y gualda y no la blanca y verde.
Cuando alguien dice que su proyecto político es Andalucía o España o Euskadi y punto, está diciendo que es un proyecto contra otro alguien, un proyecto para la exclusión, un envolvente emocional para la desigualdad. Si la identidad nacional es el centro del discurso político, entonces el nacionalismo fetichista o mixtificado está a las puertas. Las banderas, los himnos, los desfiles, las leyendas épicas, pasan a ser el relato motivador de la acción política. Un gran espectáculo teatral dirigido entre bambalinas por poderosos actores económicos y políticos.
Eso lo entendió Infante cuando insistió en el carácter no nacionalista del andalucismo, cuando no quiso crear un partido nacionalista andaluz y cuando concurrió a las elecciones en candidaturas republicanas. El fracaso del PA se debió, entre otras causas, a que optó por el nacionalismo fetichista y abandonó el andalucismo político. Es verdad que fue un nacionalismo de “pin y pon”, pero no estuvo ausente en las casquerías nacionalistas: banderas, padre de la patria, pasado mítico irredento, etc. Así se explica cómo a algunos les ha resultado tan fácil saltar al barco del nacionalismo español del PP y la UPYD, o que otros gobiernan tan cómodamente con los conservadores centralistas.
El andalucismo es más una conclusión que una premisa, un resultado ineludible de las luchas democráticas e igualitaristas que un presupuesto dogmático. Los individuos no viven en la nube de google sino en territorios concretos, en ecosistemas naturales y artificiales; la desigualdad se expresa en esos territorios porque es por encima de todo desigualdad en el acceso  y disfrute de los recursos naturales. El lugar  natural del andalucismo es el marco de la izquierda como un componente más, aunque muy importante, en el diseño de la igualdad y la autonomía. No se empieza siendo andalucista y se termina siendo igualitarista sino al contrario, y aquí el orden de los factores sí altera el producto.
En fin, lo dicho, el andalucismo político, como la felicidad, es algo que sólo se consigue si no se quiere conseguir; un estado emergente que brota de la interacción de otros factores (igualdad, democracia, libertad). Decía Alberti que él no era “una andaluz profesional” que se levantaba todas las mañanas pensando que gracia tenía que decir; él era andaluz y esa era la mejor y la única forma de serlo. Lo otro era una impostura. Pues lo mismo digo yo pero en política.

Manuel Ruiz Romero, Miembro de Asamblea de Andalucía (16/Julio/2013)