Poco a poco va quedando claro que
las manifestaciones masivas de la calle que han ocurrido en los últimos tiempos
en Brasil y en todo el mundo, expresan más que reivindicaciones puntuales, como
una mejor calidad del transporte urbano, mejor sanidad, educación, empleo,
seguridad y el rechazo a la corrupción y a la democracia de las alianzas apoyadas
por negocios trapaceros. Fermenta algo más profundo, diría casi inconsciente,
pero no menos real: el sentimiento de una ruptura generalizada, de frustración,
de decepción, de erosión del sentido de la vida, de angustia y miedo ante una
tragedia ecológico-social que se anuncia por todas partes y que puede poner en
peligro el futuro de la humanidad. Podemos ser una de las últimas generaciones
que habiten este planeta.
No es
extraño que el 77% de los manifestantes tengan estudios superiores, es decir,
son gente capaz de sentir este malestar del mundo y expresarlo como un rechazo
a todo lo que está ahí.
Primero, es
un malestar frente al mundo globalizado. Lo que vemos nos avergüenza porque
significa una racionalización de lo irracional: el imperio norteamericano
decadente para mantenerse necesita vigilar a gran parte de la humanidad, usar
la violencia directa contra quien se opone, mentir descaradamente como en la
motivación de la guerra contra Iraq, irrespetar cualquier derecho y las normas
internacionales, como el "secuestro" del presidente Evo Morales de
Bolivia, que han hecho los europeos, pero forzados por las fuerzas de seguridad
estadounidenses. Niegan los valores humanitarios y democráticos de su historia
que inspiraron a otros países.
Segundo, la
situación de nuestro Brasil. A pesar de las políticas sociales del gobierno del
PT que aliviaron la vida de millones de pobres, hay un océano de sufrimiento,
producido por la favelización de las ciudades, por los bajos salarios y por la
ganancia de la máquina productivista de estructura capitalista, que debido a la
crisis sistémica y a la competencia cada vez más feroz, sobreexplota la fuerza
de trabajo. Sólo para dar un ejemplo: la investigación realizada en la
Universidad de Brasilia entre 1996-2005 encontró que cada 20 días se suicidaba
un empleado de la banca debido a las presiones por metas, exceso de tareas y
pavor al desempleo. Y no hablemos de la farsa que es nuestra democracia. Me
valgo de las palabras del sociólogo Pedro Demo, profesor de la UNB, en su Introducción
a la Sociología (2002): «Nuestra democracia es la representación nacional
de una hipocresía refinada, llena de leyes bonitas, pero hechas siempre en
última instancia por las élites dominantes para que les sirva a ellas de
principio a fin. El político se caracteriza por ganar bien, trabajar poco,
hacer negocios turbios, emplear a familiares y parientes, enriquecerse a costa
del erario público y entrar en el mercado desde arriba ... Si ligásemos
democracia con justicia social, nuestra democracia sería su propia negación»
(p. 330, 333). Ahora entendemos por qué la calle pide una profunda reforma
política y otro tipo de democracia donde el pueblo quiere codecidir los caminos
del país.
Tercero, la
degradación de las instancias de lo sagrado. La Iglesia Católica nos ha
ofrecido grandes escándalos que han desafiado la fe de los cristianos:
sacerdotes pederastas, obispos e incluso cardenales. Escándalos sexuales dentro
de la Curia Romana, el cuerpo de confianza del Papa. Manipulación de millones
de euros en el Banco del Vaticano (IOR), donde los altos eclesiásticos se
aliaron con mafiosos y millonarios corruptos italianos para blanquear dinero.
Iglesias neo-pentecostales en sus programas de televisión atraen a miles de
fieles, usando la lógica del mercado y transformando de la religiosidad popular
en un negocio infame. Dios y la Biblia se ponen al servicio de la disputa
mercadológica para ver quien atrae más telespectadores. Hay sectores de la
Iglesia Católica que tampoco escapan a esta lógica, con el espectáculo de
misas-show y sacerdotes-cantores con su autoayuda fácil y canciones melifluas.
Por último,
no escapa al malestar generalizado la difícil situación del planeta Tierra.
Todos se están dando cuenta de que el proyecto de crecimiento material está
destruyendo las bases que sustentan la vida, devastando los bosques, diezmando
la biodiversidad y causando acontecimientos cada vez más extremos. La reacción
de la Madre Tierra está dada por el calentamiento global, que sigue subiendo,
si llegase en las próximas décadas a 4-6 grados Celsius más, por el
calentamiento abrupto, podría diezmar la vida que conocemos y hacer imposible
la supervivencia de nuestra especie, desapareciendo nuestra civilización.
Ya no
podemos engañarnos a nosotros mismos, cubriendo las heridas de la Tierra con
esparadrapos. O cambiamos de rumbo, manteniendo las condiciones de la vitalidad
de la Tierra, o el abismo nos espera.
Como insiste
la Carta de la Tierra: «Nuestros retos ambientales, económicos, políticos,
sociales y espirituales, están interrelacionados», esta interconexión real,
aunque en parte inconsciente, lleva a las calles a miles de personas que
quieren otro mundo posible y necesario ahora. O aprovechamos la oportunidad de
cambiar o no habrá futuro para nadie. El inconsciente colectivo presiente este
drama, de ahí el grito de la calle pidiendo cambios. Si no atendemos sus
exigencias, se puede retrasar la tragedia, pero no podremos evitarla. El tiempo
de escuchar y actuar es ahora.
Leonardo
Boff, 12/Julio/2013