Desde
su elección el 13 de marzo de 2013 el papa Francisco no ha cesado de sorprender
a fieles y escépticos y, todo hay que decirlo, también de escandalizar a los conservadores de dentro y de fuera, por
sus gestos, acciones, palabras y actitudes, que han cambiado, al menos hacia el
exterior, la imagen del papa y la han hecho menos hierática, más cercana al
pueblo y, en definitiva, más creíble. ¡El papa es humano! Su primer mensaje
desde el balcón del Vaticano no fue para bendecir urbi et orbi cual monarca absoluto mundial investido de un poder
sagrado, sino para pedir a los reunidos en la plaza de San Pedro que rezaran
por él. El cambio no es irrelevante.
Su
decisión de renunciar a vivir en las estancias vaticanas y de fijar la
residencia en Santa Marta es un ejemplo de sobriedad, amén de inteligencia, que
supone un cambio en el estilo de vida de los papas. El Jueves Santo dio una
prueba más de “transgresión” de las rúbricas litúrgicas rígidas de sus
predecesores. Rompiendo con la tradición de celebrar dicha efemérides en la
basílica de San Juan de Letrán, Francisco optó por hacerlo en un centro
penitenciario donde lavó los pies a doce jóvenes, entre ellos a dos mujeres,
una musulmana serbia y otra católica italiana. El gesto escandalizó a los
conservadores pegados al rígido ceremonial de Semana Santa, quienes le acusaron
de “confusión litúrgica” y de que “el relativismo se nos mete en casa”.
Los
discursos pronunciados en su visita a Brasil durante la Jornada Mundial de la
Juventud (JMJ) expresaron la continuidad con el espíritu reformador de la V
Conferencia del episcopado latinoamericano celebrada en el santuario de
Aparecida en 2007, en la que él jugó un importante papel cuando era arzobispo
de Buenos Aires. En un gesto de solidaridad con los empobrecidos, visitó la
favela Varginha, al norte de Río de Janeiro. Allí criticó la indiferencia ante
las desigualdades, dijo que la realidad y el ser humano pueden cambiar e hizo
una llamada a no perder la esperanza.
En
plena movilización de los Indignados, lejos de apagar el fuego de la protesta,
se puso del lado de los jóvenes, a quienes les dijo: “Espero lio, que haya lío,
que la Iglesia salga a las calles. Que nos defendamos de la comodidad, que nos
defendamos del clericalismo”. Un mensaje en las antípodas del transmitido por
Benedicto XVI en la JMJ celebrada en agosto de 2012 en Madrid, donde las
recomendaciones a los jóvenes se orientaban preferentemente hacia la oración,
la confesión frecuente, las prácticas cultuales y la devoción mariana
Creo que el viaje a Brasil hubiera sido una
excelente oportunidad para tener un encuentro con las comunidades eclesiales de
base, numerosas en ese país, y con los teólogos y teólogas de la liberación,
algunos de ellos silenciados y castigados por los papas anteriores, o, al menos, haber tenido algún gesto o
alguna palabra de cercanía y de rehabilitación. Hubiera sido un paso importante
en el cambio de actitud del papa hacia la tan castigada teología latinoamericana
de la liberación.
Hay
que reconocer, no obstante, que durante los últimos meses se han dado pasos
importantes de acercamiento del Vaticano hacia dicha teología, al menos en la
persona del peruano Gustavo Gutiérrez, considerado el padre de esta tendencia
teológica, que entiende la teología como reflexión crítica sobre la praxis
histórica a la luz de la fe y considera la opción por los pobres como una
verdad teológica y actitud evangélica radical y el trabajo por la liberación de
los excluidos la praxis fundamental del cristianismo.
Varios
han sido los gestos de acercamiento. El papa ha recibido a Gustavo Gutiérrez en
audiencia privada. L’ Osservatore Romano
publicó un artículo suyo a propósito del libro de coautoría conjunta del
teólogo peruano y el presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe,
hoy cardenal Gerhard Müller. El teólogo peruano ha intervenido recientemente
como orador principal en la presentación de dicho libro junto con el propio
Müller, el cardenal de Honduras Oscar Rodríguez Maradiaga y el portavoz del
Vaticano Lombardi.
Al
menos ha comenzado el deshielo y se ha pasado del anatema al diálogo, del
silenciamiento a la escucha, del aislamiento a la visibilidad. Cosa impensable
durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, que fustigaron a la
teología de la liberación y sancionaron a algunos de sus principales
cultivadores. Con todo, a mi juicio falta un
paso importante por dar: la retirada de las sanciones contra los teólogos
y teólogas de las diferentes tendencias teológicas más vivas y creativas
actuales: de la liberación, de las religiones, feminista, todas ellas en
continuidad con el concilio Vaticano II.
Es
un paso que no tendría que serle difícil dar a Francisco, ya que su crítica del
capitalismo, su teología del bien común y de la solidaridad y su propuesta de “Iglesia de os pobres” va
en la dirección, o mejor, se inspira en la teología de la liberación. Dos
paradigmáticos, entre muchos que podría seleccionar. El primer fue el viaje a
Lampedusa para rezar, llorar, solidarizarse y homenajear a los cientos de
inmigrantes que perdieron la vida y denunciar a los responsables de tamaña
tragedia que califico de “vergüenza”. El segundo, la Exhortación Apostólica La alegría del Evangelio, la más severa
de las críticas contra el neoliberalismo que se alinea con las tradiciones
anti-idolátricas de ayer y de hoy: de ayer, los profetas de Israel y Jesús de
Nazaret; de hoy, los Foros Sociales Mundiales, los movimientos
alter-globalizadores y los Indignados.
Estamos
ante un texto revolucionario inusual en la doctrina social de la Iglesia, que
denuncia: “la globalización de la indiferencia” que nos vuelve “incapaces de
compadecernos ante los clamores de los otros” y de llorar “ante el drama de los
demás” la “anestesia de la cultura del bienestar” y la consideración de los
excluidos por parte de los mercados como “desechos” y población sobrante.
Francisco interpreta la crisis como resultado de un capitalismo salvaje
dominado por la lógica del beneficio a cualquier precio y pronuncia cuatro noes, que deberían hacer templar al sistema: “no a una economía de
la exclusión; “no a la nueva idolatría del dinero”; “no a un dinero que
gobierna en lugar de servir: “no a la inequidad que genera violencia”.
Recupera
la palabra “solidaridad” que corre el riesgo de ser eliminada del diccionario y
es “una palabra incómoda, casi una palabrota” para los mercados. Solidaridad
que entiende como la decisión de devolver a los pobres lo que les pertenece y
que reconoce el destino universal bienes como realidad anterior a la propiedad
privada. Critica la utilización de los derechos humanos como justificación para
la defensa exacerbada de los derechos individuales o, peor todavía, de los
derechos de los pueblos más ricos. Pone, en fin, en el centro de su mensaje las
palabras que molestan al sistema neoliberal: ética, solidaridad mundial,
distribución de bienes, preservar las fuentes del trabajo, dignidad de los
débiles.
Uno
de los ámbitos donde se juegan tanto la credibilidad del papa como la autenticidad
de su reforma es el que se refiere a la actitud ante las mujeres, que no puede
ser por más tiempo la discriminación de la que vienen siendo objeto en la
historia bimilenaria del cristianismo. En ese terreno Francisco poco ha
cambado. Reconoce, es verdad, el hecho de la marginación de las mujeres en la
Iglesia católica; afirma que le produce un profundo sufrimiento ver cómo en
ella o en algunas organizaciones eclesiales el servicio de las mujeres
desemboca en servidumbre. Defiende su incorporación a los ámbitos de
responsabilidad eclesial.
Pero no ha dado pasos en esa
dirección. Ha dejado clara la negativa al
acceso de las mujeres a los ministerios ordenados apelando, a mi juicio
erróneamente, a la voluntad excluyente de Cristo, lo que es contrario a las
investigaciones bíblicas, históricas, arqueológicas, teológicas y pastorales
que avalan el ejercicio de todas las funciones ministeriales por parte de las
mujeres. Defiende la elaboración de una “teología de la mujer”, que, en el
fondo, mantiene los estereotipos de lo masculino y lo femenino, legitima las
funciones y los roles diferenciados en función del sexo, y hace peligrosa
distinción entre identidad y función utilizando el recurrente discurso de la
excelencia, siguiendo la encíclica de Juan Pablo II Mulieris dignitatem, que considera un “documento histórico”.
A la vista de este planteamiento,
Francisco no parece tener en cuenta las más importantes aportaciones de la
teología feminista: la consideración del movimiento de Jesús como comunidad (no
clónica) de iguales; la hermenéutica de la sospecha aplicada a los textos
androcéntricos de la Biblia y de la teología; la crítica de la organización
jerárquico-patriarcal de la Iglesia; la defensa de una Iglesia inclusiva y no
sexista, etc.
Papel importante en el mantenimiento de la
discriminación de las mujeres está jugando el presidente de la Congregación
para la Doctrina de la Fe cardenal Gerhard Müller, quien, siendo ya papa
Francisco, ratificó la condena de Benedicto XVI contra la Conferencia del Liderazgo
de las Religiosas de USA (LCWR), organización que agrupa al 70-80% de las
monjas estadounidenses y que trabaja por la justicia social, la igualdad de
género, la paz, la no discriminación étnica y cultural. La acusa de “serios
problemas doctrinales”: de distorsionar “la fe en Jesús y en su Padre”, y haberse
alejado de las enseñanzas de la Iglesia siguiendo “teorías feministas”. Además
reafirma la vigilancia episcopal-patriarcal sobre ellas. Haría bien el papa en
vigilar al “vigilante de la ortodoxia”. Le va a crear muchos problemas.
Un año después de su elección, hay
muchas esperanzas depositadas en Francisco, pero quedan no pocas incógnitas y
muchos cambios por llevar a cabo, si quiere ser coherente con su propuesta de
una Iglesia de los pobres.
Juan José Tamayo, 17/Marzo/2014