El cardenal Rouco Varela y monseñor Blázquez han
liderado la Iglesia católica española durante los últimos diez años, unas veces
por vía sucesoria, como lo fue en 2005 y 2008 y lo ha vuelto a ser ahora, y otras
gobernando al alimón, ejerciendo el primero la presidencia y el segundo la
vicepresidencia. Y lo han hecho en alianza, complicidad y sin fisuras, sin
alejarse un ápice del programa restaurador de Juan Pablo II y del pensamiento dogmático
de Benedicto XVI. Durante esos años la Iglesia católica española ha carecido de
autonomía local, se ha convertido en sucursal del Vaticano y ha actuado como un
clon del cristianismo oficial, al tiempo que ha funcionado como una perfecta “patriarquía”.
Bajo
el liderazgo de ambos la jerarquía católica ha configurado un cristianismo en
alianza con los sectores más conservadores de la Iglesia católica, que son el
brazo largo de la jerarquía y a quienes esta les ha reconocido de hecho un especial
protagonismo, y con las ideologías políticas igualmente conservadoras, hasta tener
programas intercambiables en la mayoría de los temas de la agenda política y
religiosa: educación, moral, modelo de sociedad; Relaciones iglesia y Estado,
etc. Ha seguido promoviendo las masivas beatificaciones “políticas” de los
mártires de la Cruzada que venían produciéndose en décadas anteriores, la
última en Tarragona con el apoyo del papa Francisco.
Ha
creado una Iglesia beligerante contra la secularización y el laicismo, que
estuvo en permanente confrontación con el gobierno de Rodríguez Zapatero. No
debe olvidarse que fue con monseñor Blázquez al frente de la Conferencia
Episcopal Española (CEE), de 2005 a 2008, cuando esta arreció sus críticas contra
dicho gobierno. Críticó con especial severidad la ley de la memoria histórica, acusada de
selectiva, y se opuso a asignatura de educación para la ciudadanía y a cuantas leyes
se distanciaban del credo y la moral católicas. Fue entonces cuando el gobierno
socialista aumentó la asignación tributaria a la Iglesia católica, única
religión que la percibe, por la vía del IRPF, del 0,52 al 0,70%, que supone un
significativo incremento económico cada año en las arcas episcopales.
Con
monseñor Blázquez como presidente de la todopoderosa CEE, la jerarquía católica
debe responder a los nuevos desafíos de la sociedad española, caracterizada por
la secularización, la indiferencia religiosa, el pluralismo cultural, religioso
y étnico, las dramáticas consecuencias de la crisis económica en los sectores
más vulnerables de la sociedad, entre ellas el incremento de la desigualdad. Es
una sociedad la española políticamente muy activa; desarrolla nuevas y
creativas formas de participación política (Indignados, mareas, escraches,
movilizaciones contra los desahucios, protestas estudiantiles) frente a una
democracia representativa que no representa a las ciudadanos. Una sociedad que
considera como EL principal y más grave problema la corrupción -instalada en
las cúpulas del poder- contra la que lucha.
El
nuevo presidente ha dicho que no tiene programa. Con la idea de ayudarle a
conformarlo, le sugiero tres tareas que me pareen prioritarias:
1. Ubicarse en el mundo de la marginación y de
la exclusión, lugar social del cristianismo, para luchar contra las causas
que las provocan. Los obispos deben salir de la burbuja eclesiástica en que
están encerrados, pisar la calle y ser sensibles a los problemas reales de
sociedad española, que poco o nada tienen que ver con las preocupaciones y
obsesiones eclesiásticas por la ortodoxia doctrinal y la moral sexual. Para
ello tienen que renunciara los privilegios de que gozan y que le impiden
ejercer la solidaridad con los sectores más vulnerables de la sociedad.
2. Fomentar
la cultura del diálogo dentro y fuera
de la Iglesia católica. En esta nueva etapa me parece fundamental que los
obispos tiendan puentes de diálogo y de comunicación no solo con las
organizaciones religiosas, culturales, políticas y sociales que no piensan como
ellos, sino también con las organizaciones, asociaciones y movimientos críticos
comprometidos en la transformación del modelo económico y político neoliberal
(“Otro mundo es posible”) y en el cambio del actual paradigma (“Otra Iglesia es
posible”), que hasta ahora han sido tachados del organigrama eclesiástico,
cuando no condenados. Me refiero a las comunidades de base, movimientos
apostólicos, asociaciones de teólogos y teólogas, movimientos de mujeres, movimientos
de solidaridad, revistas de pensamiento teológico en diálogo con los nuevos
climas culturales, etc.
3. Esta
cultura del diálogo de traducirse en la creación de una Iglesia inclusiva de todos los sectores que ahora son excluidos: mujeres,
inmigrantes, jóvenes, homosexuales y transexuales, parejas de hecho, personas
divorciadas que han vuelto a casarse, colectivos cristianos críticos,
religiosas y religiosos en zonas populares, etc. Es la condición necesaria para
que pueda hablarse de una Iglesia universal. De lo contrario la Iglesia católica
española correría el peligro de convertirse en una organización sectaria, algo
que no espero ni deseo.
¿Es
posible el cambio de estación en la Iglesia católica española? ¿Volverá la
primavera tras el largo y helador invierno vivido durante el último tercio de
siglo? Más que posible, es necesario. Me
gustaría que los nuevos dirigentes de la CEE apoyaran, al menos, la reforma de
la Iglesia que quiere Francisco, caminaran a su ritmo y la aplicaran a la
realidad española, no miméticamente, sino de forma creativa, respondiendo a los
desafíos que tienen delante, si bien con más celeridad y radicalidad, no
frenando los procesos, sino respondiendo a los desafíos que plantea la sociedad
española.
Juan
José Tamayo es director de
la Cátedra de Ciencias de la Religión de la Universidad Carlos III de Madrid y
Secretario General de la Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII.