La importancia del derecho a decidir

Como resultado de una Transición inmodélica de la dictadura a la democracia realizada en términos muy favorables para las fuerzas conservadoras que dominaron ese proceso, España tiene un Estado que no ha reconocido su plurinacionalidad, aceptando a Catalunya como nación. El último intento de cambiar esta
situación a través del Estatuto iniciado por el gobierno tripartito fracasó, lo cual, junto con la involución que está teniendo lugar España como consecuencia del gobierno del Partido Popular, heredero de las fuerzas políticas que dominaron la dictadura y la Transición, ha creado un malestar en Catalunya que se ha traducido en unas manifestaciones masivas que tienen como objetivo reafirmar el carácter nacional de Catalunya, exigiendo que haya un referéndum en el que la población que vive en Catalunya pueda expresar su decisión sobre el tipo de relación que se desea con el resto de España, ofreciéndoseles alternativas para escoger, una de ellas la secesión o independencia. Hoy, más de un 80% de la población en Catalunya desea ejercer este derecho, un derecho que, por cierto, había sido aceptado por las izquierdas españolas –tanto el PSOE como el Partido Comunista– en una época tan reciente como en el año 1976. Para aquellos que consideran a Catalunya como una nación –lo cual ha estado en el ADN de las izquierdas catalanas–, esta evolución es positiva (ver mi artículo “La necesaria y justa reivindicación del derecho a decidir”, publicado en Público, 21.02.14).


Ahora bien, es importante acentuar que el derecho a decidir implica, por definición, el derecho a escoger entre varias alternativas, con plena libertad de expresión en la presentación de estas. Confundir el derecho a decidir con la llamada a la independencia es asumir que el resultado de aquella elección ya está predeterminado, anulando el derecho a escoger. El que más del 80% de la población catalana esté ya a favor del derecho a decidir no quiere decir que el 80% sea independentista. El 55% lo es, según las encuestas. Pero no los demás. Si este fuera el resultado hoy en el referéndum, la “noticia” del día en la prensa conservadora española sería que “solo” la mitad de catalanes quiere la independencia. En cambio, si el 82% participara en el referéndum, el mensaje sería mucho más poderoso, pues establecería un precedente, el derecho a decidir ampliamente apoyado por la voluntad popular.
Desde el punto de vista democrático, considero un error que se esté instrumentalizando el derecho a decidir por parte de una de las opciones a escoger. Los independentistas deberían referirse al derecho a la independencia, en lugar del derecho a decidir, pues este último es más inclusivo. La gran fiesta en el campo del Barça en 2013 se presentó como un acto a favor del derecho a decidir. Y la portavoz de la organización del acto leyó un manifiesto a favor del derecho a decidir que el 82% de la población podría haber firmado sin ningún reparo. Ahora bien, la bandera detrás de ella no era la bandera catalana, sino la bandera independentista. Era una fiesta independentista, lo cual me parece muy bien, pero no encajaba con el manifiesto, que se centraba en el derecho a decidir. Era la instrumentalización de un principio más amplio para fines más específicos. Era una manipulación.
La mayoría de partidos catalanes apoyan el derecho a decidir
Este derecho a decidir tiene que realizarse en un referéndum. De ahí que la gran mayoría de partidos políticos (CiU, PSC, ERC, ICV-EUiA y CUP) del Parlamento de Catalunya estén comprometidos a realizar dicho referéndum. La diferencia entre el PSC y la mayoría de los otros partidos que también lo apoyan no radica en la necesidad de realizar o no un referéndum, sino en cómo hacerlo. La llamada al diálogo, que casi todas las fuerzas políticas enfatizan, está perdiendo credibilidad, puesto que pedirle al Partido Popular (que debido al sesgo del sistema electoral que favorece a este partido, consecuencia directa de propuestas hechas por el muy alabado Adolfo Suárez, tiene una gran mayoría en las Cortes españolas a pesar de haber alcanzado el apoyo de solo un 31% del censo electoral) que autorice el referéndum es semejante a pedirle peras al olmo. Se olvida en esta llamada al diálogo que el PP es el heredero de aquellas fuerzas políticas que realizaron un golpe militar en 1936 precisamente para impedir, entre otras cosas, el reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado español. Fueron esas fuerzas las que definieron como anti España a aquellos movimientos y fuerzas políticas que deseaban otra España distinta a la que históricamente había existido en este país. En realidad, el secesionismo ha sido históricamente minoritario en Catalunya. Pero la situación está cambiando como consecuencia del comportamiento del gobierno español. En realidad, la negativa del PP a permitir un referéndum forzará a gran parte de los movimientos y partidos catalanistas a recurrir a la desobediencia civil, alcanzando un nivel de tensiones no conocido en España durante la época democrática.
Trasladar la consulta del referéndum a unas elecciones parlamentarias (por muy plebiscitarias que sean) es una maniobra política que favorece a las fuerzas conservadoras y neoliberales, que utilizarán las elecciones plebiscitarias para evitar que estas elecciones se centren en la situación económica y social de Catalunya, hoy muy deteriorada.
Tres últimas observaciones. La abusiva instrumentalización de los medios públicos de la Generalitat por parte de las voces independentistas (y de los economistas neoliberales) está haciendo daño al derecho a decidir, pues presenta una imagen poco atractiva de la Catalunya que desean, una Catalunya que continuaría con la actual, sin diversidad ideológica, con los medios públicos controlados por las voces gobernantes. ¿Es esto lo que desean proyectar? Con este comportamiento están mostrando la Catalunya que desean. Una Catalunya con escasa diversidad, conservadora y neoliberal.
La segunda observación está orientada al resto de España. El ejercicio del derecho a decidir mediante la celebración de un referéndum en Catalunya es enormemente importante, no solo para Catalunya, sino también para toda España, pues mostraría que la población, si se moviliza, puede mover montañas, rompiendo con el pesimismo fatalista que está extendido a lo largo del territorio español. Si la población en Catalunya consiguiera votar y poder expresar libremente su voz (a pesar de las enormes dificultades tanto dentro como fuera de Catalunya), establecería un precedente que indudablemente fortalecería a las voces que están clamando por una España más democrática. Uno de los signos más positivos y alentadores –de los muchos que presentaron las Marchas de la dignidad (ver mi artículo “Las necesarias Marchas de la dignidad”, publicado en Público, 25.03.14)– fue ver también banderas catalanas (incluso esteladas), mostrando los enormes lazos de hermandad que hay entre los distintos pueblos de España en su lucha no contra España (pues ellos eran la España real), sino contra el Estado español, que no les representa.
La España real no se siente representada por el Estado español
Y una última observación. Existe una percepción generalizada en amplios sectores de las izquierdas socialistas que asume que el tema nacional está ocultando el tema social, es decir, el enorme deterioro que está ocurriendo en España como consecuencia de las políticas de austeridad que se están llevando a cabo tanto en España como en Catalunya. De esta observación derivan que las izquierdas deberían centrar sus discursos en el tema social y no en el tema nacional. Esta percepción y actitud, aunque es comprensible, es errónea, pues deja a las derechas el control de las banderas y del sentimiento nacional que, como Gramsci indicó ya en su tiempo, permiten reproducir la hegemonía cultural en un país.
Son las izquierdas en España las que siempre defendieron los intereses nacionales y los intereses de las clases populares. Las derechas siempre (repito, siempre) antepusieron sus intereses particulares a los intereses generales. Incluso el golpe militar del General Franco fue un golpe contra la mayoría de la población española, un golpe apoyado por fuerzas y ayuda militares de poderes extranjeros (la Alemania nazi y la Italia fascista) sin las cuales nunca habría ganado. Y la dictadura que impuso (que fue la que asesinó a más españoles en la historia del país) significó un enorme retraso para España. Los datos están ahí para los que quieran verlos. Asumir que los herederos de estas derechas son “los patriotas que defienden España” es absurdo. En realidad, están imponiendo una visión de España que reproduce sus intereses. Y ahora quieren defender la unidad de España para ocultar sus políticas, que están dañando a la mayoría de la población. No es casualidad que el Estado español actual, que es el que niega la plurinacionalidad de España, sea el mismo (repito, el mismo) responsable de que España continúe a la cola de la Europa social de los 15. No se resolverá el tema social sin resolver el tema nacional; y viceversa, no se resolverá el tema nacional sin resolverse el tema social.
En Catalunya, como en España, fueron siempre las izquierdas las que conjugaron la defensa de los intereses de las clases populares con la defensa de la identidad nacional. Eran portadoras de otra visión de España, una España plurinacional y pluricéntrica, respetuosa con la diversidad identitaria. Ceder la defensa de esta identidad a las derechas es un suicidio político, además de ser profundamente erróneo. Y los resultados se pueden ver fácilmente. Como ya he dicho antes, el secesionismo siempre fue minoritario en Catalunya. La retirada del socialismo catalán de este terreno ha facilitado el monopolio de la identidad catalana a las derechas. Y de ahí el error. Para resolver el retraso social de España y de Catalunya, se necesitan cambiar profundamente el Estado español y la Generalitat de Catalunya. De ahí la conjunción de intereses en los movimientos contestatarios, procedentes de los distintos pueblos de España, que apareció en el 22M. La pésima y burda manipulación en la cobertura de estas marchas es un indicador de su enorme potencial para cambiar el país. Atemorizaron a la España oficial, y ello es un indicador de que iban por buen camino. Una de las mayores manifestaciones nunca vistas en España se presentó en el relato oficial como una reunión de solo 45.000 personas. Así es la España oficial de este país.

Vicenç Navarro. Fuente original: El Plural, 31 de marzo de 2014