Botarga, holograma cambiante y a modo, maniobra de
distracción, truco de magia terrible y maravillosa, maliciosa jugada del
corazón indígena, personaje construido, ilusión, medio no libre, vocero, jefe
militar, o lo que haya sido el subcomandante insurgente Marcos hasta
el día de su desaparición, colectivamente decidida, lo cierto es que durante
todos estos años jugó un papel importante en la forja y el desarrollo del
Ejército Zapatista de Liberación Nacional y en los procesos autonómicos que
bajo su hegemonía tienen lugar en los territorios de las cinco juntas de buen
gobierno.
Aceptando que los mayas zapatistas, en todos los niveles de
la organización político-militar y en los círculos de milicianos y bases de
apoyo, son los principales artífices de esa gesta que se inicia el primero de
enero de 1994 a través de una rebelión armada, y tomando en cuenta que el
racismo imperante, aun en el campo de las izquierdas, tiende a negar el
protagonismo indígena y sólo se mira en el espejo del mestizo visible del EZLN,
también es verdad que el subcomandante Marcos logró darle una
impronta y una singularidad al movimiento zapatista, que hay que reconocer y
enfatizar.
“Entre la luz y la sombra” –esas últimas palabras del subcomandante antes
de dejar de existir– constituye una de las más significativas claves para
entender los alcances de este extraordinario movimiento que ha encabezado el
EZLN; de esa guerra de resistencia “de los de abajo contra los de arriba… por
la humanidad y contra el neoliberalismo”, que enarbola las demandas de vida,
palabra, respeto, memoria, dignidad, rebeldía, libertad, democracia y justicia
frente a la muerte, el silencio, el olvido, la humillación, el desprecio, la
opresión, la esclavitud, la imposición y el crimen de los poderosos.
Este documento de despedida da cuenta de la opción que se
plantearon los zapatistas entre matar o vivir, entre la vía militar y la de
construcción de autonomías: “Y en lugar de dedicarnos a formar guerrilleros,
soldados y escuadrones, preparamos promotores de educación, de salud, y se
fueron levantando las bases de la autonomía que hoy maravilla al mundo. En
lugar de construir cuarteles, mejorar nuestro armamento, levantar muros y
trincheras, se levantaron escuelas, se construyeron hospitales y centros de
salud, mejoramos nuestras condiciones de vida”. Esta disyuntiva, en medio de
una guerra “que no por sorda era menos letal”, en la que paramilitares y
organizaciones de todo tipo –junto con los intelectuales del antizapatismo– se
han puesto al servicio de una estrategia contrainsurgente del Estado mexicano,
que nunca ha dejado de estar activa en la extensión y profundidad del
territorio rebelde.
El fracaso y el éxito, y el “para nosotros nada”, son
medidos en función de la congruencia ética, concepto exótico para la clase
política de la izquierda institucionalizada. “Si el ser consecuentes es un
fracaso, entonces la incongruencia es el camino del éxito, la ruta del poder…
en esos parámetros preferimos fracasar que triunfar”.
El relevo da cuenta de ese múltiple y complejo proceso que
ha experimentado el EZLN: el generacional, el de clase, el de adscripción
étnico-cultural, que no de raza, y el de género, que nos lleva a un cambio de
piel de ese movimiento de campesinos indígenas, con una amplia y visible
participación de jóvenes, hombres y mujeres, con una dirigencia netamente
indígena y, sobre todo, el más importante relevo que el sub Marcos destaca,
es el que se lleva a cabo en el plano del pensamiento: “Del vanguardismo
revolucionario al mandar obedeciendo; de la toma del poder de arriba a la
creación del poder de abajo; de la política profesional a la política
cotidiana; de los líderes a los pueblos; de la marginación de género, a la
participación directa de las mujeres; de la burla a lo otro, a la celebración
de la diferencia”. Esta frase encierra, sin duda, una autodefinición sintética
del zapatismo de hoy, que deberá recordarse y tenerse presente ante la habitual
tendencia a identificar este movimiento en función de las propias identidades y
preferencias políticas de los analistas o seguidores. A riesgo de ser uno de
éstos, destaco estas críticas al vanguardismo que precisa de caudillos y
líderes; este culto al individualismo que encuentra “en el culto al
vanguardismo su extremo más fanático… Es nuestra convicción y nuestra práctica
–afirmó Marcos– que para rebelarse y luchar no son necesarios ni
líderes ni caudillos ni mesías ni salvadores. Para luchar sólo se necesitan un
poco de vergüenza, un tanto de dignidad y mucha organización”.
Sin hacer concesiones a “libertarios” ni a corrientes de
moda, el sub describe la naturaleza piramidal del EZLN, como
ejército, con su centro de mando, “sus decisiones de arriba hacia abajo”, que
“para bien o para mal”, han hecho posible todo ese camino recorrido hasta hoy;
sin ese ejército que se alzó contra el mal gobierno, “ejerciendo el derecho a
la violencia legítima” frente a la violencia de arriba, no hubiera sido posible
la construcción y fortalecimiento de los sujetos autonómicos que mandan
obedeciendo en los tres ámbitos del gobierno zapatista.
Nuevamente la Sexta Declaración de la Selva Lacandona es considerada
como “la más audaz y la más zapatista de las iniciativas” lanzada por el EZLN,
y se constituye en el espacio referencial de los encuentros con la actual lucha
de los rebeldes.
Los argumentos para explicar y justificar la declaratoria de
no existencia del subcomandante insurgente Marcos, impecables en
cuanto a la lógica para arribar a esa decisión, debidamente sopesada por la
dirección política del EZLN, dejan, no obstante, un sentido de ausencia, de
extrañeza por el compañero que, botarga o no, será siempre un referente de
revolucionario que no se vendió, que no se rindió y que no claudicó, y que,
estoy seguro, seguirá haciendo de las suyas, sea quien sea y donde quiera que
esté. Truco u holograma, no importa: ha sido vehículo eficaz de algo que trasciende
artificios.
Gilberto López y Rivas, La Jornada de México (30/Mayo/2014)