El mensaje que el establishment español (es decir, la
estructura de poder financiero, económico, político y mediático) ha estado
promoviendo veinticuatro horas al día, trescientos
sesenta y cinco días al año,
y treinta y seis años de democracia, es que, como resultado de una Transición
modélica, España ha gozado de una democracia homologable a cualquier democracia
europea occidental que, bajo la dirección y tutela del Rey de España, ha
alcanzado unos niveles de bienestar y calidad de vida semejantes, cuando no
mejores, que los del resto de la comunidad a la cual España pertenece, la Unión
Europea. El Rey, que derivó su poder del que le dio el Dictador, fue el
arquitecto de unas instituciones representativas y democráticas que, en
realidad, significaron una ruptura con el régimen anterior. Hasta aquí la
visión idealizada de la Transición, de la democracia que produjo y del papel
del Monarca en aquel proceso, visión que los mayores medios de información y
persuasión han repetido constantemente durante estos años. La nula diversidad
ideológica de los medios (con una discriminación marcadísima en contra de las
izquierdas) explica que esta visión se haya convertido en la sabiduría
convencional del país.
Los datos, que son testarudos, y que están ahí para aquellos
que quieran verlos, muestran, sin embargo, la enorme falsedad de esta visión.
En primer lugar, la Transición distó mucho de ser modélica. No lo fue, ni
tampoco podía serlo. Los herederos de aquellos que dieron el golpe militar de
1936 y de la dictadura que estableció, controlaban los aparatos del Estado.
Capitaneados por el Monarca, tenían todas las estructuras de poder –incluidos
los medios- a su disposición. Los sucesores de aquellos que habían defendido la
República, y habían sido vencidos por los golpistas (que habían ganado con el
apoyo de Hitler y Mussolini) y, más tarde, fueron brutalmente represaliados
(por cada asesinato político que llevó a cabo Mussolini, Franco cometió
10.000), acababan de salir de la clandestinidad, de la prisión y/o del exilio.
No podía darse un desequilibrio mayor entre las derechas, lideradas por el Rey,
y las izquierdas, que habían liderado las fuerzas democráticas en la
resistencia frente a la dictadura. Era absurdo esperar que una relación tan
desequilibrada como la existente en el periodo 1975-1978 entre las derechas y
las izquierdas pudiera dar como resultado productos –la Transición y la
democracia que estableció- modélicos. En realidad, dicho desequilibrio de fuerzas
creó una democracia enormemente limitada, y un Estado del Bienestar
dramáticamente insuficiente.
La democracia incompleta y el bienestar insuficiente
Hay múltiples indicadores de las insuficiencias de la
democracia española. Uno, entre miles, ha sido la enorme protección que los
medios siempre han dado a la figura del Rey. En ningún otro país el Jefe del
Estado ha sido tan promocionado como en España. Durante muchísimos años no se
pudo hacer una crítica a la Monarquía o al Monarca, y tampoco se podía
enarbolar la bandera republicana. Recordaremos el hecho lamentable, bochornoso
y vergonzoso del Presidente de las Cortes españolas, el socialista José Bono,
de prohibir a los luchadores por la libertad (defensores de la República, en
contra de los fascistas golpistas, que habían sido invitados a estar presentes
en las Cortes) que llevaran banderas republicanas. Era más que simbólico que
fuera un socialista, José Bono, el que propusiera tal prohibición. La
incorporación del socialismo español a aquel Estado, mediante unas leyes que
favorecían el bipartidismo, fue un elemento clave para la reproducción de aquel
sistema democrático de tan pobre calidad.
Otro indicador de la escasa calidad del sistema democrático
ha sido la escasísima conciencia social del Estado español. 35 años y medio de
democracia, y España continúa teniendo uno de los gastos públicos sociales por
habitante más bajos de la UE-15, el grupo de países de mayor riqueza de la UE.
El hecho de que España se gaste mucho menos que el promedio de la UE-15 en las
transferencias públicas (como las pensiones públicas) o en los servicios
públicos del Estado del Bienestar (como la sanidad, la educación, los servicios
sociales, la vivienda social, los servicios domiciliarios, las escuelas de
infancia, y un largo etcétera), se debe precisamente a la enorme influencia que
las clases más pudientes de la sociedad tienen sobre el Estado, un Estado que
está entre los más pobres, más corruptos y más insensibles a las necesidades
ciudadanas de la UE-15.
El fin de esta etapa
Pero estamos hoy viendo el fin de esta Transición. Nunca
antes, durante el periodo democrático, el Estado español había perdido tanta
legitimidad. Hoy, el rechazo de la población hacia las instituciones
democráticas y hacia la clase política está generalizado. El famoso eslogan del
movimiento 15-M “No nos representan” se ha convertido en un eslogan
generalizado. La escasa calidad democrática del Estado explica que los partidos
gobernantes (todos ellos próximos al establishment financiero y económico)
estén llevando a cabo políticas públicas (recortes del gasto público social y
descenso de los salarios) que no estaban en sus programas electorales. La
carencia de un mandato popular explica no solo la indignación, sino también el
rechazo y rabia frente a tales instituciones. Es importante subrayar que este
rechazo no se traduce en una animosidad hacia la democracia, sino en una
protesta por su constante tergiversación por parte de la clase política que la
dirige. Hoy, el declive del bipartidismo y su sustitución por una pluralidad de
partidos, en los que la izquierda contestataria puede alcanzar la mayoría con
un gran apoyo popular, representan una amenaza para la permanencia de ese
régimen. El descrédito de las instituciones herederas de la inmodélica Transición
representa su principal amenaza. De ahí deriva el deseo de hacer cambios
significativos en cuanto a los personajes que la hicieron –tales como el Rey-,
para presentar la imagen de que hay una transformación que les puede salvar del
posible fin del régimen. La abdicación del Monarca en favor de la figura de
Felipe es un paso importante en esta dirección.
El reto para las fuerzas democráticas
Hoy, el grado de enfado y el rechazo de la mayoría de la
población hacia el Estado español es mayoritario. Todos los indicadores
muestran que el establishment político y mediático, radicado en la capital del
reino, está perdiendo su capacidad de movilización y persuasión. Sus
instrumentos, como los grandes medios de información, también han alcanzado
unos niveles de falta de credibilidad nunca vistos antes en el periodo
democrático. Se les ve más y más como portavoces de ese establishment. Y el
nivel de agitación es elevadísimo. Hace solo unos meses, unos dos millones de
personas en las Marchas de la Dignidad se reunieron en Madrid, en una
manifestación llena de banderas republicanas, enarboladas en pleno desafío
hacia las autoridades del Estado central que les había prohibido enarbolarlas.
Hoy está ocurriendo aquello que la estructura de poder tiene más miedo de que
ocurra: que la población pierda el miedo. El aumento tan notable de la
represión es un indicador de ello.
Esta agitación es fruto del agotamiento de los productos que
resultaron de la Transición inmodélica. Un Estado con poca conciencia social y
un Estado jerárquico, excluyente y radial, que se ha opuesto a la redefinición
de España como entidad plurinacional en la que los pueblos y naciones de España
estén unidos voluntariamente, y no por la fuerza, una España en la que el
derecho a decidir esté generalizado en todo el Estado y a todos los niveles. De
ahí la enorme urgencia de que las auténticas fuerzas democráticas dejen a un
lado sus sectarismos y diferencias y que trabajen juntas para hacer posible una
ruptura real con el sistema heredado de la dictadura, con un cambio en las
relaciones de fuerza entre las clases sociales y con una visión diferente de lo
que es España. Para ello es necesaria una gran movilización (pacífica) de la
población, pues cuando el pueblo se mueve, puede mover montañas. Nunca hay que
olvidar que mientras que Franco murió en la cama, la dictadura murió en la
calle. Y la segunda Transición, a una España republicana, justa, plural y
democrática, requerirá una movilización semejante. Pero la historia del país
muestra que ello es posible.
Vicenç Navarro, www.vicençnavarro.org (3/Junio/2014)