Uno de los comentarios más
repetidos en los medios de información, tras los resultados del referéndum en
Escocia, es que la victoria del No había significado “un alivio para la
comunidad internacional”. Se ha
subraya que con ello se han evitado
“turbulencias”, un “periodo de agitación”, descalabros en las Bolsas y crisis
políticas en otros estados por el “efecto imitación” que una victoria del Sí
habría tenido en Cataluña, Flandes, el País Vasco, Cerdeña, Córcega, Irlanda
del Norte y otros varios territorios europeos en los que los respectivos
pueblos reivindican el derecho a decidir por sí mismos cómo gobernarse y qué
relación tener con otros. También se insiste, con significativa casi
unanimidad, en que “el caso escocés no tiene ningún paralelismo con el
catalán”, lo cual es, a la vez, cierto e incierto, como trataré de mostrar en
un próximo artículo.
Centrémonos ahora en el tema de
la llamada “comunidad internacional”. En realidad, esta expresión es un
eufemismo para no hacer referencia directa a los poderes que dominan el
sistema-mundo actual: financieros, empresariales, mediáticos y políticos (los
dos últimos como subalternos de los primeros). Esta “comunidad internacional”
es la que respira aliviada tras el referéndum escocés aunque no ha tenido pudor
alguno en respirar sin dificultad mientras el Estado de Israel masacraba a los
palestinos de Gaza o la satrapía marroquí viola, desde hace casi cuarenta años,
los derechos de la población saharaui. Por no hablar de su desinterés ante el
ébola hasta que murió de la epidemia el primer blanco o de su insensibilidad
ante el hambre en el mundo o ante la tragedia diaria de quienes mueren o sufren
vejaciones por tratar de ejercer el derecho humano de libre circulación (a
estos no se les aplica el dogma de que las fronteras son siempre malas).
Entre los titulares que hemos
podido leer estos días en los diarios, quedémonos con dos: “Empresas, banca y
Bolsa acogen con alegría el resultado en Escocia” y “La Comisión Europea califica
el resultado de bueno para una Europa unida, abierta y fuerte”. El primero se
comenta por sí mismo y respecto al segundo, ¿es esta la Europa real o es sólo
el cuento chino, cada día más intragable, que nos cuentan los profesionales de
la política al servicio de “los Mercados” (es decir del gran capital financiero
y de las empresas trasnacionales que tan contentos se han puesto)? Queda
meridianamente claro que para lo que antes se llamaban los poderes fácticos el
triunfo del No ha sido una buena noticia. Quizá habría que preguntarse si lo
que es bueno para ellos no será malo para la gente, de Escocia o de cualquier
otro sitio. ¿Lo bueno para la troika es bueno para los pueblos y para
los ciudadanos de a pie?
También conviene recordar que
en los días anteriores al referéndum, cuando las encuestas empezaron a dar
posibilidades al Sí y se produjo el desembarco en Escocia de políticos
ingleses, junto a las vergonzantes promesas de última hora de estos (gran
ampliación de la autonomía y otras ventajas si se votaba No a la
independencia), el propio Banco de Escocia y varias de las más grandes empresas
amenazaron con abandonar el país y producir el hundimiento de la economía. Se
cuestionó el futuro de las pensiones y fueron anunciadas catástrofes varias a la
población caso de triunfar el Sí. Todo ello para movilizar el voto del miedo.
Es significativo que el No haya sido predominante entre personas de edad y
ámbitos rurales mientras el Sí triunfara muy mayoritariamente entre los jóvenes
(abstencionistas en la mayoría de las elecciones) y en grandes ciudades como
Glasgow.
Los voceros de la “comunidad
internacional” tampoco han desaprovechado la ocasión para volver a insistir en
la defensa, que debiera considerarse un insulto a la inteligencia, del “burro
grande, ande o no ande”. La demagogia de la unidad –en este caso Gran Bretaña
unida, pero también España unida o Ucrania unida o Europa unida…- sin explicar
en torno a qué, ni con qué objetivos, ni hacia donde, ni con qué mecanismos, se
ha desplegado de nuevo no sólo por quienes están satisfechos con el sistema de
capitalismo neoliberal sino por buena parte de la gente que se autoconsidera
crítica del sistema o se autodefine progresista (¿). Desde esta óptica, sería
siempre un paso atrás la construcción de estructuras estatales por parte de
pueblos-naciones que no las tienen, porque esto iría “en contra del sentido de
la Historia” (con mayúsculas lo de Historia). Esto forma parte de la ideología
del monismo, de la monoculturalidad, de la “libre” circulación de capitales y
mercancías, del unionismo político aunque sea forzado; en suma, de la ideología
del globalismo que es uno de los pilares del actual orden -¿o mejor, desorden?-
mundial. Si analizamos en este contexto las reacciones al referéndum escocés
quizás entendamos mejor las cosas.
ISIDORO MORENO, Catedrático de
Antropología de la Universidad de Sevilla. Miembro de Asamblea de Andalucía
Fuente original: Sección
“Tribuna” del Diario de Sevilla y otros diarios del Grupo Joly el 26 de
septiembre de 2014