Masa crítica para la República de los Ayuntamientos

Si no me equivoco, que soy de letras, la masa crítica viene a ser algo así como la cantidad mínima de material necesaria para que se mantenga una reacción nuclear en cadena. Socialmente, la imagen suscita en nosotros cierta idea de revolución sin pausa y posee una gran potencia metafórica. Tal vez por esa razón, Rafa Sisto, concejal de Urbanismo en Teo (Galicia), acudía a ella en la Conferencia Nacional sobre las elecciones municipales que Anova celebró en ese municipio el pasado 30 de noviembre. Masa crítica como condición para los gobiernos populares que surjan de los próximos comicios municipales.

En la idea de masa crítica, según la planteaba Rafa Sisto, y hace ya dos décadas Xosé Manuel Beiras, como garantía de continuidad y progresión de un ejercicio del poder municipal que vaya más allá de la gestión de la miseria en favor de una minoría, existe también una conexión con la idea de partido movimiento que, como la olorosa pantera de Dante, persigue Anova desde el mismo instante de su fundación. El partido movimiento como herramienta de construcción de redes de cooperación popular. Es decir, construcción de comunidad y de instituciones alternativas. Porque allí donde empieza a brotar la dualidad institucional, donde la iniciativa popular emerge para cubrir los espacios que las instituciones del régimen abandonan o eluden, un nuevo poder aspira a reconfigurar el mundo y a reordenar su base material. En esos momdentos históricos, el pueblo impone nuevas formas de gobierno, practica la democracia radical, absoluta, hace de sus instituciones embrionarias herramienta contra el régimen que está en declive, se organiza como Ciudadanía Republicana Constituyente. Es Nuevo Poder Constituyente.

El momento de caos sistémico, de crisis orgánica del capital y de degradación del régimen postfranquista nos instala en la excepcionalidad. Las viejas organizaciones clásicas han perdido toda legitimidad para mantener su exclusiva sobre la acción política, la mediación y la representación. Al quedar disuelta la delimitación entre lo regular y lo extraordinario, se abren todas las puertas a posibilidades que van mucho más allá de lo permitido por el régimen, más allá incluso de aquello que el viejo sentido común del sistema es capaz ya de concebir. La famosa hegemonía, otra olorosa pantera para la izquierda, se tambalea, y eso quiere decir que se vislumbra un lugar para un sentido común alternativo. Efectivamente; la famosa contrahegemonía.
La crisis de la representación, una proyección fiel de la crisis de un modelo económico que enriquece desesperadamente a un porcentaje ínfimo de la sociedad a cuenta del trabajo sobreexplotado de la inmensa mayoría, exige un compromíso ético y político: limitación de mandatos, moderación en las percepciones económicas y, sobre todo, revocabilidad y fórmulas de participación y poder popular para una manera radicalmente nueva de entender la democracia. A su lado, un programa de acciones que den prioridad a la propiedad pública y a los intereses de la mayoría sobre el negocio y los intereses privados de una minoría selecta. La construcción de un espacio político de lo común. Ya no basta con acceder a las instituciones para gestionarlas mejor y con más limpieza, para detener los golpes de ese capital que se reestructura desestructurando al trabajo. Sin renunciar a una gestión justa, democrática y eficaz del bien común, es necesario ir más allá. Las instituciones del régimen no saben ya contener las necesidades populares y entran en contradicción con las nuevas maneras -y exigencias- de entender la política y la gestión democrática del bien común y del espacio público. El proceso de cambio, entonces, no pueden protagonizarlo, al viejo estilo, las organizaciones; eso sería recaer en la misma fractura que caracteriza al régimen. El sujeto de ruptura democrática desborda a los partidos necesariamente. La izquierda que sepa comprender la naturaleza, la dimensión y la necesidad del proceso confluirá en el seno de la unidad popular. Sin tan siquiera miedo de diluirse en él.
Y para que la unidad popular sea efectiva, real, y no un simple reclamo, eso que se ha dado en llamar significante flotante -o vacío-, su dimensión política no puede ser secundaria. Ha de hacerse reconocible. O bien mediante una referencia común, una denominación única para todas las candidaturas populares que se desarrollen por Galicia adelante, o bien como una constelación de candidaturas que, más allá de sus especificidades, forman parte identificada del mismo proceso de ruptura democrática. En ese sentido, ya no es suficiente una simple suma de siglas. La unidad popular es un proceso expansivo incompatible con el fetichismo de la organización.
El fenómeno político de las Mareas en Galicia nos dice aquello que ya el 15M -y antes el movimiento Nunca Máis, destrozado por culpa de una reducción instrumental- había sido capaz de pronunciar: el pueblo soberano es irrepresentable y toma en sus manos, sin mediación, las riendas de la política. Hablamos de las Mareas no como marca, sino como ámbito de participación de personas que militan en organizaciones sociales, culturales y políticas, al lado de individuos sin militancia, en pie de igualdad, todas y todos sometidas a las decisiones democráticas de la gente. Esto no exige que sean necesariamente las personas sin militancia quienes propicien esas zonas de construcción de unidad popular. Las organizaciones de la izquierda rupturista, principalmente Anova y aquellas que forman parte de un espacio AGE en expansión, tendrían que asumir esta tarea política de forma prioritaria. No se trata de ninguna clase de impulso vertical ni de un control de la expresión popular. Muy al contrario. Se trata simplemente de abrir el espacio necesario para que esos procesos, ineludiblemente autónomos, puedan producirse.
En la historia y en el ámbito social nada hay irreversible, aunque todo lo parezca. Tampoco el proceso de unidad popular, mediante el cual la multitud se constituye en sujeto autónomo que desborda organizaciones, sus marcas, sus tácticas de mercado, sus fronteras. Por eso es importante acumular fuerzas diferentes en idéntica dirección. Que nadie se crea que ninguna transformación será posible sin procesos de confluencia y de unidad. Que nadie se arrogue en exclusiva la representación de ese sujeto autónomo que precisamente surge contra la representación y contra la expropiación -diferimiento- de su capacidad política colectiva. Que a nadie se le ocurra suplantarla, por muy ebrio de euforia demoscópica que se sienta, porque cuando solo vale vencer, la derrota y el abandono de posiciones ocasiona frustración masiva y efectos altamente reaccionarios.
En Galicia, el proceso de unidad popular empezo en 2012 con el nacimiento de Alternativa Galega de Esquerda (AGE), pero sería suicida darlo por concluído. AGE es territorio conquistado, y por lo tanto no se abandona, pero enfrentarlo u oponerlo a las Mareas o a cualquier expresión expansiva de la unidad popular sería justo lo contrario de lo que exige el espíritu de aquella primera etapa en la acumulación de fuerzas. Tampoco en AGE la sigla es lo que importa; importa la idea y la práctica unitaria, una práctica que ineludiblemente superará los límites de las organizaciones coaligadas (Anova, EU, Espazo Ecosocialista, EQUO), todas ellas imprescindibles pero no suficientes. Enfrentar AGE a las Mareas sería confundir el instrumento con el proceso y con los objetivos, inutilizarlo. Una vez más, fetichismo de la mercancía, es decir, de la organización. No se trata de hacerse con un nicho de mercado electoral más o menos estable (y por tanto siempre minoritario); ya solamente nos sirve ganar. La cuestión no es, por lo tanto, preservar el código de barras de la marca AGE, sino desarrollar la idea que dio origen a ese espacio y que debe continuar expandiéndose. Es decir, AGE más allá de AGE.
Y lo que vale para AGE sirve también para Podemos o para cualquier otra marca. Aquellos que se sienten sujeto exclusivo de este proceso de unidad popular en realidad están sucumbiendo a los efectos narcisistas de un simple reflejo de sí mismos en el espejo cóncavo del régimen.
Las próximas elecciones municipales serán diferentes. Extraordinarias, en ese sentido en el que ya los tiempos políticos no saben dejar de vivir en la excepcionalidad. Esa excepción de la normalidad, lejos de abocarnos al abismo, por mucho que siempre haya afectados de terror ante el vértigo, abre inmensas oportunidades. No solo para una gestión justa, democrática, ética y popular de las cosas de lo común, que también, sino para que caminemos con la mirada y la determinación puestas en nuevos procesos constituyentes, en nuestra articulación como pueblo soberano que no pide permiso para configurarse como ciudadanía republicana constituyente.
Porque nuestra República de la Multitud, que será gallega, habrá de nacer en la República de los Ayuntamientos.

Antón Dobao es un escritor, traductor y cineasta gallego, miembro de la Coordinadora Nacional de Anova

Fuente original: Sinpermiso (28/Diciembre/2014)