Están surgiendo brotes verdes, pero no son
los que anuncia el gobierno. La disminución del paro en casi cien mil personas
ha producido cierta euforia en medios oficiales, noticia que se viene a sumar a
la disminución de la prima de riesgo y del déficit público. Pero, sin negar la
buena nueva para quienes han encontrado trabajo, hay que recordar que esta
disminución estacional, cuya tendencia todavía no se conoce, sigue dejando a
más cinco millones de personas sin trabajo, muchas de ellas sin ningún ingreso.
Y para ellas la situación empeora a medida que pasa el tiempo: una familia
puede soportar el paro de sus miembros durante unos meses, pero si se prolonga
durante cinco años su vida se vuelve insoportable. Quizás alguien pueda buscar
alguna solución transitoria si lo expulsan de su casa, pero perderla
definitivamente convierte su pérdida en un drama. Un inmigrante tal vez no
necesite asistencia médica durante un tiempo, pero si una enfermedad grave le
sorprende sin cobertura su misma vida está en riesgo. Aducir abstractas razones
financieras para disimular la desgracia concreta de millones de personas en
riesgo de exclusión social resulta tan absurdo como hablar de los futuros
progresos de la medicina a un enfermo terminal.
Los brotes verdes hay que buscarlos en otra
parte. Y los hay, aunque modestos. Por primera vez en la historia reciente de
España movilizaciones populares pacíficas están obteniendo resultados
concretos, limitados pero reales. Cientos de desahucios se han evitado gracias
a la presencia de vecinos, muchos de los cuales ni siquiera conocen a los
desahuciados. El desmantelamiento de un hospital público se ha detenido por la
presión de sus pacientes. Varios ambulatorios en pequeños pueblos condenados a
desaparecer han sido rescatados por la movilización de sus habitantes. Una
iniciativa legislativa popular ha entrado en el Congreso, aunque haya sido
rechazada poco después. La ley de tasas judiciales se ha modificado por las
protestas que suscitó su promulgación y hasta la ley del aborto y la de educación
se han detenido, aunque solo sea transitoriamente, cediendo a una opinión
pública indignada. Y están proliferando por toda España los bancos de tiempo
que intercambian servicios sin mediación del dinero, las cooperativas
integrales* y la solidaridad entre ciudadanos de diferentes edades y sectores
sociales que no se conocían hasta hace poco tiempo. Hasta algunos indultos se
lograron gracias a la presión de la gente.
Pero quizás esto no sea lo más importante.
La verdadera novedad radica en el cambio de actitud de muchas personas, de
todas la edades y condiciones sociales, que hasta hace unos pocos años
aceptaban resignadamente lo que las autoridades imponían y que ahora comienzan
a preguntarse por las razones de esa imposición y a oponerse a ella. Tal vez el
aporte positivo más importante de esta crisis haya sido de carácter pedagógico:
ha salido a la luz la irracionalidad de un sistema que hurta el poder al voto
de los ciudadanos para trasladarlo a los mercados financieros, en adelante
capaces de imponer su política a países enteros sin ningún tipo de legitimación
democrática. Se está poniendo en cuestión la creencia de que la situación es
inmodificable, de que no existen otras alternativas, de que lo único que
podemos hacer consiste en aprovechar los resquicios que el sistema nos permite.
Está aumentando la conciencia de que el crecimiento indiscriminado y el consumo
descontrolado resulta suicida para este pobre planeta y que las necesidades
humanas se satisfacen mejor con un consumo racional que respete las
posibilidades de una naturaleza ahora sobrexplotada. Y estamos evitando, al
menos por el momento, la aparición de movimientos racistas de extrema derecha y
de partidos pintorescos carentes de cualquier propuesta concreta, como está
sucediendo en Grecia, Italia y Hungría, por ejemplo.
Los partidos políticos tradicionales están
asistiendo a la deserción de muchos votantes, pero esto no significa que los
ciudadanos estén abandonando la política sino justamente lo contrario: se abre
paso la convicción de que es necesaria una política distinta, que no se limite
a gestionar lo que hay sino que sea capaz de proponer un modelo de sociedad en
el cual la democracia sea capaz de dirigir la vida económica. En particular, la
preocupante falta de participación política de los jóvenes de la que tanto se
ha hablado está siendo reemplazada por una comprensión creciente de que el
mundo que les espera depende también de ellos. Todo ello, por supuesto,
reconociendo que tales cambios no llegan a la mayoría de la población ni
alcanzan por ahora una fuerza suficiente para generar resultados de carácter
nacional.
¿Significa esto que el modelo actual va a
dejar paso a una sociedad más justa y participativa en la cual la democracia
reemplace a la imposición? Nada justifica una conclusión tan optimista, aunque
tampoco la contraria. Si bien es verdad que está creciendo una actitud crítica
que es condición indispensable para un cambio social importante, también lo es
que el poder económico y político cuenta con recursos para mantener la
situación actual, utilizando los retoques cosméticos que hagan falta. Y que
esta parálisis puede provocar un populismo incontrolable de extrema derecha.
Creo que la alternativa optimismo-pesimismo es una alternativa engañosa: se
trata de actitudes psicológicas que no pueden trasladarse a la realidad social
sin confundirla con los propios deseos. Y si bien el pesimismo puede conducir a
la parálisis, el optimismo también tiene sus peligros: un poco de pesimismo no
nos hubiera venido mal en tiempos de la famosa burbuja. Las reflexiones sobre
la realidad no deben caer en la tentación de profetizar el futuro, porque allí
suelen convertirse en discursos inoperantes.
Pero precisamente porque desconocemos los
resultados creo que lo que constituye con seguridad una equivocación gravísima
consiste en caer en el fatalismo, en la creencia de que lo único que se puede
hacer en estos momentos es tratar de sobrevivir dejando que todo siga como está
e instalarse en la resignación. O en adoptar la fácil alternativa del “todo o
nada”: como no es posible una revolución que cambie radicalmente el sistema
cualquier conquista se descalifica como “meramente reformista”, sin comprender
que estas reformas parciales constituyen la única manera de señalar la
dirección a la que hay que dirigirse. En cualquier caso, lo que parece seguro
es que este sistema económico y político no será eterno: sería la primera vez
en la historia que un modelo social perdure para siempre, digan lo que quieran
los profetas del “fin de la historia”. Y hay que preparar su reemplazo.
*Un ejemplo de estas cooperativas
integrales, cuyos objetivos van mucho más allá del aspecto comercial, puede
encontrarse en el siguiente blog, que describe una cooperativa fundada en Mota
del Cuervo en plena crisis: http://itacacoop.blogspot.com.es