La hambre de esperanza

Dice la filología y las personas expertas en letras que cuando un sustantivo de género ambiguo se usa con mayor frecuencia en femenino demuestra mayor trato o cercanía hacia la palabra en cuestión. Así, por ejemplo, en Andalucía predomina el uso de “la calor” /la kalō/ y en comarcas costeras el uso de “la mar” /la mā/.
Solo hacen falta 15 minutos de conversación sobre política con una persona del campo de más de 60 años para que te diga: “/la hambre/ está volviendo” y en la transcripción fonética aparece la /h/ porque es aspirada y, por lo tanto, no es sorda, sino sonora, dándole mayor énfasis a la palabra y a la demoledora frase.
Nos han hecho creer que la hambre en los estómagos de las clases populares de Andalucía desapareció a partir de 1992, a base de Curritos, AVEs, subsidios agrarios, Planes de Empleo Rural, cemento y muchos ladrillos. Como paradoja, es nuestro imaginario el que nos hace caer en la realidad, el hambre se nos olvidó, pero no la hambre. Nunca la hemos borrado de nuestra mente y la seguimos expresando. Sigue ahí, dispuesta a saltar con el próximo despido, el siguiente desahucio o cualquier viernes negro de Consejo de Ministros.

Pero el pueblo es sabio y hasta el mayor de los dramas sabe transformarlo en herramienta. El pasar hambre involuntariamente es una condena, pero el hambre voluntaria es una forma de luchar, de denuncia, de hacerse oír y de atravesar la mentalidad capitalista, rompiendo con la forma de pensar y de actuar que nos imponen, demostrando de manera extrema que se es capaz de sufrir por la conquista de unos ideales o valores.
Para un Emilio Botín, un Mariano Rajoy o una Susana Díaz es inconcebible que un grupo de sindicalistas hagan una huelga de hambre a las puertas de una cárcel para que pongan en libertad a un “preso violento condenado por vulnerar el derecho constitucional al trabajo”, cosa que por otro lado ellos le niegan a más de un millón de andaluces y andaluzas. Sin duda, tanta solidaridad les rompe sus esquemas mentales y, además, les produce miedo. Nuestra incansable hambre de esperanza y de lucha por una sociedad mejor, les hace temblar.
La justicia española no regala nada ni nunca será garante de justicia social, solo gracias a la incansable lucha de Carlos y Carmen, de sus familias, amigas y amigos, de todo un movimiento vecinal en Castro del Río, de la presión que ejercen los movimientos sociales de Granada y de organizaciones políticas y sindicales han hecho que Carlos y Carmen estén un poco más cerca del indulto y de no entrar en prisión. Sin duda, el inicio de una huelga de hambre por parte de miembros del Comité Nacional del SAT el pasado 22 de julio, con su portavoz de juventud, Óscar Reina y su portavoz nacional Diego Cañamero a la cabeza, ha sido una acción con una carga de solidaridad y conciencia de clase que la maquinaria represiva del Estado no ha sido capaz de asimilar. Siendo realistas, no ha sido un golpe definitivo, ni la gota que ha colmado el vaso, sino más bien ha sido la gota que podía producir un tsunami.
Carlos entró voluntariamente en el centro penitenciario de Albolote el 15 de julio y después de una semana en la cárcel, Carlos está en la calle y Carmen sigue con su familia, pero sobre ellos aún recae la sentencia que les puede destrozar parte de su vida. Pero algo hemos dejado claro, no están solas y que juntas podemos ganar a la sinrazón.
Desde el SAT exigimos el indulto para Carlos y Carmen, porque no son delincuentes, son dignidad de la clase trabajadora andaluza, como lo fue la hambre del jornalero andaluz que en 1931 le dijo a un cacique las inquebrantables palabras “en mi hambre mando yo”.
Solo con unidad en un frente común podremos romper la lógica del capital, consiguiendo que la hambre de esperanza por cambiar el mundo sea la única hambre que agite a nuestro pueblo.

Pablo González Corrales es activista en el Área de Juventud del Sindicato Andaluz de Trabajadores y Trabajadoras (SAT)