El escándalo de las tarjetas de
Bankia (la antigua Caja Madrid) quizá haya sido la gota que colma el vaso de la
paciencia de un país que se entera, estupefacto, que los consejeros designados
por PP, PSOE,
IU, CCOO, UGT y CEOE han gastado 15 millones de euros (unos 2.500
millones de pesetas) utilizando tarjetas “opacas” de libre disposición, sin
control ni contabilidad alguna, ni efectos fiscales, en bienes y servicios
particulares sin relación alguna con la entidad. Mientras tanto, esta timaba a
miles de pequeños ahorradores con las preferentes y se desangraba hasta
tener que ser “rescatada” con 30.000 millones de euros sacados de los bolsillos
de todos los ciudadanos para impedir su quiebra. Entre los beneficiarios hay
banqueros, políticos, empresarios, sindicalistas y gente diversa: desde un
Rodrigo Rato que llegó a ser nada menos que cabeza del Fondo Monetario
Internacional y vicepresidente del gobierno español, a empleados de la empresa
“liberados” por los grandes sindicatos (¿grandes en qué?), pasando por un
inspector de Hacienda que dice no saber el contenido de su declaración anual de
la renta. De ochenta y tantos componentes del consejo de Bankia, sólo tres
rehusaron aprovechar la bicoca de las tarjetas. ¿Es que todos los demás eran
golfos, manzanas podridas, ya antes de entrar en el cesto -el consejo de Caja
Madrid-Bankia- o se pudrieron porque es el cesto el que está fabricado de forma
que pudre cuanto entra en él?
La pregunta en nada se parece a
si fue antes el huevo o la gallina. Tiene que ver directamente con las posibles
soluciones, con el camino a tomar para atajar el mal de la corrupción que se ha
extendido como un cáncer por todas las instituciones políticas, económicas,
sindicales y de todo tipo pero también por los niveles más próximos a cada uno
de nosotros en nuestra cotidianidad. Refiere directamente a si la clave está en
la moralidad, así en abstracto, de cada persona concreta o en la moralidad de
las instituciones, en cómo están construidas, en sus propias normas, tanto
explícitas como implícitas…, en definitiva en el sistema.
Cuando se habla de
regeneracionismo -y a todos se nos llena hoy la boca con esa palabra- ¿de qué
estamos hablando? Generalmente, de “hacer limpia” de golfos y corruptos. En
esta línea habría que situar desde la dimisión -¿cuánto de voluntaria?- del rey
hasta la expulsión de algunas personas de determinados partidos y
organizaciones. No seré yo quien me oponga a esa limpia necesaria, aunque
habría que decir que, para no ser un simple maquillaje, la limpia debería
comprender, además de las sanciones, la obligatoriedad de devolver lo que se ha
saqueado de los dineros ajenos o públicos (de todos). Pero la determinación de
esto no es nada fácil: si apenas hay dificultad para concretar cuanto gastó
cada quién con las famosas tarjetas, o qué porcentaje de comisión acostumbra a
cobrar tal o cual conseguidor o cargo político para su organización y/o para sí
mismo, ¿cómo se evalúa monetariamente el tráfico de influencias, los favores
mutuos entre partidos y bancos o grandes empresas, entre administraciones y
cúpulas sindicales?
Volviendo
al tema Bankia, pienso que la mayoría de los ochenta y tantos corruptos no eran
golfos antes de entrar en el órgano de gobierno de la entidad. Se hicieron
golfos allí. Algunos sí eran previamente manzanas podridas (sus currículum los
delata) pero la mayoría se pudrieron tras entrar allí, al contacto con el
cesto, es decir con la estructura y el funcionamiento de la Caja, luego Bankia,
que pudre a cuantas manzanas entran en ella. En lugar de tanta atención morbosa
a Rato, Blesa y otros chorizos y choricillos, deberíamos centrarnos en los tres
raros, en quienes no se dejaron pudrir: ¿cómo lo consiguieron, a costa
de qué renuncias, con qué problemas? Y más allá de mirar las manzanas, ¿por qué
no investigamos de qué está hecho y cómo funciona el cesto?
Evidentemente, estoy tomando el
caso a modo de paradigma. Si hablamos del sistema de partidos o de cualquier
otra institución, no sólo pública sino también, en muchos casos, privada, la
conclusión sería la misma: regenerar simplemente cambiando de personas,
quitando a alguien mayor para poner a alguien más joven, a una mujer donde
antes estaba un hombre, o castigar “ejemplarmente” a unos pocos tomados como
chivos expiatorios, es sólo un circo para distraer a sufridores ingenuos. El
problema principal está en el cesto, o sea en el sistema mismo, y no
principalmente en las manzanas que entran en el cesto (aunque a algunas, o
muchas, deberíamos mandarlas directamente a los contenedores de basura). Se
hace necesario fabricar entre todos, participativamente, un nuevo cesto con
otros materiales, desde otras bases, con otra lógica de funcionamiento. Y
ejercer un control colectivo permanente. Todo lo demás será una tomadura de pelo.
Isidoro Moreno, Catedrático
Emérito de Antropología Universidad de Sevilla. Miembro de Asamblea de Andalucía
Fuente: Diario de Sevilla y
otros diarios del Grupo Joly, 4/Noviembre/2014