He leído, con atraso, un artículo (“La insolidaria
Andalucía”) de Luis Racionero en el que éste se suma a las ya numerosas voces
que, desde diversas partes del Estado, claman contra Andalucía y sus
gentes. Su
último libro “Concordia o discordia” va en este mismo sentido. Dice que los
andaluces viven a expensas de otros pueblos que trabajan para mantenerlos en la
desocupación y en el ocio. Hay muchos falsos parados en Andalucía, dice
Racionero. Según él, posiblemente haya que importar chinos para que en estas
tierras se impulse la actividad económica ya que, por lo visto, con los
andaluces es imposible. Da a entender que catalanes y otros pagan lo que los
andaluces gastan sin trabajarlo.
Reconozco que el debate que se pueda propiciar en torno a
este tema es muy interesante y bastante profundo. Lástima que Racionero sólo se
quede en las apariencias y en el fácil recurso al enfrentamiento y al agravio
comparativo estéril, peligroso e irresponsable. Y me da pena porque yo he
admirado al Racionero de “Los bárbaros del Norte y el Mediterráneo”, cuando
Andalucía, para él, era un modelo civilizatorio con un “ideal vegetativo”,
según expresión orteguiana. Ahora Andalucia ya no le hace ninguna gracia con tantos
falsos parados graciosos; los más graciosos, los gaditanos que, con el 47% de
paro, disponen de tiempo suficiente para componer chirigotas. Lo siento por él.
Racionero confunde la parte (la clase política encastada y
enquistada, sea del color que sea) con el todo (el pueblo andaluz). Y, así, se
entrampa dialécticamente en los típicos tópicos sobre los andaluces vagos y
vividores y los catalanes trabajadores. Tópicos, por cierto, bien manejados
desde el Estado (hábil manipulador) para despistar sobre los problemas reales.
No quiere llegar al fondo del “problema andaluz” porque no le interesa.
Supondría meter el dedo en la llaga de la realidad, la de un Estado que ha
fracasado históricamente en la función básica de equilibrar los territorios. Y,
en ese desequilibrio estructural, los andaluces han sido las principales
víctimas (silenciosas, demasiado silenciosas y silenciadas, sin complejo
victimista). Paradójicamente, los territorios privilegiados por el Estado son
los más victimistas y los pueblos más maltratados simplemente no existen, no
son noticia.
Me recuerda Racionero a los escritos y discursos
decimonónicos del imperialismo europeo que denigraban a los pueblos colonizados
para justificar el saqueo de sus recursos, los etnocidios y hasta los genocidios
de los mismos. En el discurso etnocentrista europeo y españolista, los
andaluces son vagos, incapaces de gesta heróica humana, no saben hablar o
hablan mal en lengua cristiana, castellana o del Imperio, son pasivos,
similares a las plantas, su ideal es vegetativo, son ladrones e insolidarios,
chulos bandoleros, jactanciosos e infantiles. Necesitan, como cualquier pueblo
colonizado, el cuidado y el dominio de otros.
Me considero andaluz, es mi forma de ser humano, y no asumo
ninguno de los calificativos anteriores. Los considero insultos que
posiblemente escondan airadas envidias latentes o justamente excusas para
seguir ejerciendo el dominio sobre el pueblo andaluz. No confundo los pueblos y
las personas con sus grupos dominantes o con sus estados. Respeto y admiro las
diferencias culturales a escala planetaria y, por conocerlo bien, respeto y
admiro al pueblo catalán, pero he de decir que tanta aversión me produce la
clase política catalana como la andaluza. Estoy a favor del derecho a decidir y
a la autodeterminación de cualquier pueblo, sea catalán, andaluz o bereber
porque me parece esencialmente democrático. Entiendo que las soberanías son de
las personas y de los pueblos, las de los estados (o nacionales) son patrañas
del siglo XIX que ya han causado muchas guerras y sufrimiento. Soy de los que
piensan que, antes de prejuzgar y de juzgar, hay que informarse bien y tener
conocimiento histórico y de causa. Y Racionero, quién lo diría, ha sido y es
deshonesto en este sentido y, malintencionadamente, ha sentenciado y condenado
a los andaluces y su cultura a un status de inferioridad y de degradación.
Sinceramente, lo lamento.
Daré una pequeña relación de hechos que puedan servir para comprender qué es lo
que hay detrás del relato antiandaluz.
Las políticas económicas proteccionistas del Estado
favorecen en el s. XIX a las burguesías vasca y catalana así como al
latifundismo colonial durante el desarrollo de la 1ª Revolución Industrial, en
detrimento de las industrias andaluzas (pioneras en la península). La
dependencia económica se profundiza con la Restauración Borbónica y la
dictadura de Primo de Rivera.
Durante el franquismo y en la década desarrollista de los
60, Andalucía será clave para el desarrollo económico de otros territorios, en
perjuicio, otra vez, de ella misma. El capital inversor procederá, en buena
parte, del ahorro de la emigración andaluza (en marcos, francos…). Andaluza
sería también, en gran medida, la mano de obra. Andalucía se convierte en un
espacio económico de actividades extractivas y de transformación en sus
primeras fases que beneficiará a empresas radicadas fuera. Esta situación se
profundiza, tras la muerte de Franco, con un régimen monocolor autonómico
regentado por el sucursalismo estatal del PSOE así como con el ingreso en la
U.E.
En relación, según Racionero, a la aportación catalana del
21% del PIB, he de puntualizar que, en parte, se debe a que en ese y otros
lugares se asientan las sedes fiscales de empresas que obtienen buena parte de
sus beneficios de las actividades realizadas en Andalucía (por explotación de
recursos, comercio, ahorro, etc). Andalucía es la tercera comunidad que más
aporta al PIB estatal y, sin embargo, las tasas de paro y los niveles de renta
indican un índice de pobreza que no se asemeja para nada al de otros
territorios. Es la evidencia de la situación colonial y de la dependencia
económica de los andaluces. Posiblemente sea el pueblo andaluz el más
interesado en conseguir su propia soberanía para poner remedio a todo esto.
Manuel Montero, miembro de Asamblea de Andalucía. Enero de 2016.