Podemos y el PSOE
El 26J habrán pasado más de seis meses en que la actividad política, tanto del
gobierno en funciones del PP como de los otros partidos, y también buena parte de la
actividad de los movimientos sociales han sido sustituidas por escenificaciones y
discursos electoralistas. Baste como ejemplo la paralización de la Junta de Andalucía,
abstraída su señora presidenta en la cuestión de si el día 27 cogerá o no el AVE a
Madrid para quedarse allí y hacerse cargo de la secretaría general de su partido.
En realidad, este casi paréntesis de medio año, y el gasto de más de 130 millones
que costarán las nuevas elecciones, sólo se explica por un objetivo: justificar el apoyo o
aceptación del PSOE a un gobierno del PP, probablemente con la participación de
Ciudadanos, con la acusación a Podemos de impedir un “gobierno de progreso”. Esto
mismo se podría haber hecho el 21 de diciembre pasado pero no se consideró a los
votantes preparados para ello. Todo lo ocurrido desde entonces ha sido con el fin de
prepararlos. El desenlace supondrá la salida de Pedro Sánchez e incluso, si fuera
necesario, también de Rajoy, porque para el régimen político de la segunda
Restauración Borbónica es esencial que PP-Ciudadanos-PSOE lleguen a un acuerdo.
Evidentemente, Susana Díaz, o quien encabece su partido en julio, no va a fotografiarse
con Rivera y con Rajoy (o quien sustituya a este) pero sí va a aceptar que gobiernen
ambos (ya lo está haciendo ella aquí en Andalucía gracias a un pacto con el primero). Y
tratará de vender esta aceptación (este apoyo) como un ejercicio de responsabilidad
política, como un sacrificio para garantizar la gobernabilidad y cohesión de España.
De todos modos, el PSOE sólo habrá conseguido prolongar unos meses el
momento de su debacle; una debacle que no es resultado solamente de la falta de
consistencia de sus últimos secretarios generales, barones y baronesas sino de que se ha
quedado sin lugar ideológico-político: el espacio socialdemócrata ya no existe, porque,
al igual que el keynesianismo, no es posible dentro del capitalismo globalizado
neoliberal. Aquí, y en todas partes, los otrora partidos socialdemócratas, más allá de su
palabrería electoral, son ya socioliberales.
Como si no supieran que esto es así, los máximos dirigentes de Podemos repiten
ahora que, para que sea posible “el cambio”, es necesario un gobierno entre ellos y el
PSOE. Lo que no sólo les obliga a olvidar una de las más celebradas frases del 15M: “el
PSOE y el PP la misma m… es”, rehusando a su inicial crítica a la “casta política”, sino
incluso a calificar a aquel como un “partido de progreso” (Errejón dixit,) aún señalando
que sus líderes son proclives a tener “inconsecuencias”. Si con este planteamiento
pretenden provocar un trasvase de votos desde el electorado socialista, considero que la
táctica es equivocada, porque legitimar al PSOE como “progresista” puede ayudar a
tranquilizar la conciencia de muchos de sus votantes y despejarles las dudas para seguir
votándolo. Es hacer algo parecido a lo que casi siempre ha hecho el PCE-IU aunque el
objetivo pueda ser distinto.
Si ahora Unidos Podemos, incluso adelantando en votos al PSOE, no lograra
superar a este en número de diputados, Sánchez estaría en condiciones de poder
presionar a Pablo Iglesias para que le dé su apoyo esgrimiendo su propio argumento de
que ambos son partidos “del cambio” y deberían formar gobierno con un programa
viable (léase aceptable por la Troika y los poderes fácticos económicos), para impedir
que siga gobernando Rajoy. Sería una especie de OPA hostil, que es también la que
persiguen, a la inversa, los líderes de Podemos tratando de poner al PSOE en la tesitura
de optar por ellos o por el PP, para que elija por sí mismo su forma de suicidio.
A nivel del Estado, el 26J podríamos estar ante la confirmación del fin del
bipartidismo turnista. Pero, ¿y en Andalucía? Aquí no ha habido bipartidismo sino
monopartidismo. El cambio necesario consiste no en desalojar al PP sino en desmontar
el régimen clientelar, corrupto y demagógico del psocialismo. Pero si el PSOE es
definido por Iglesias, Errejón, etc. como un partido “de progreso”, con el que hay que
compartir gobierno, ¿cómo podría hacerse esto? Evidentemente, saltan a primer plano
las contradicciones entre la estrategia de un partido estatal y la que respondería a los
intereses andaluces. Y también las limitaciones de un proyecto político que pretende, a
la vez, ser de ruptura democrática y gobernar junto a una de las dos columnas del
régimen que afirma querer sustituir.
ISIDORO MORENO
Catedrático emérito de Antropología.
Publicado el 31/05/2016 en Diario de Sevilla y otros diarios andaluces del Grupo Joly